En lo que va del milenio los países en desarrollo, liderados por China, fueron los que más contribuyeron al crecimiento de la economía mundial. Este dinamismo también se ha trasladado al comercio y la inversión. Así, el mundo emergente ha ganado cada vez mayor peso en la economía global. Su creciente rol en el escenario internacional genera nuevos desafíos y oportunidades para América Latina y el Caribe.
La literatura sobre el crecimiento económico, prevé que los países más pobres converjan, en el largo plazo y dadas ciertas condiciones, a los niveles de ingreso per cápita de las naciones más ricas. Sin embargo, desde la posguerra y hasta la década del ’90, tuvo lugar el fenómeno inverso: en promedio, los países emergentes se alejaron del mundo desarrollado; con la excepción de algunas economías asiáticas de alto crecimiento como la República de Corea, Taiwán, Hong Kong y Singapur, entre otros.
Este escenario comenzó a cambiar radicalmente en los primeros años del siglo XXI: entre el 2000 y el 2013 los países en desarrollo (incluyendo las economías en transición) pasaron de representar 23% a 41% del PIB mundial. Este cambio es resultante de un proceso que combina un menor crecimiento en los países centrales -especialmente acentuado tras la crisis financiera de 2008- con el crecimiento casi ininterrumpido a tasas elevadas de la mayor parte de las regiones emergentes, encabezado por Asia en desarrollo y en particular por China, actualmente la segunda economía más grande del mundo detrás de Estados Unidos. En efecto, el ascenso del mundo emergente es producto, esencialmente, del extraordinario dinamismo de las economías asiáticas. En el año 2000 éstas representaban 10% del PIB mundial y América Latina y el Caribe (ALC) alrededor de 7%. En 2013, la participación de ALC casi no varió (8%), mientras que la de Asia en desarrollo se duplicó.
Otro punto relevante del fenómeno descripto está dado por las fuerzas económicas propulsoras. Mientras que el mayor dinamismo de las economías asiáticas en gran medida se asienta en su potencia industrial (y también en ciertas áreas de servicios); en América Latina y África el crecimiento de los últimos años ha estado muy vinculado a la bonanza de los precios de los recursos naturales, principales bienes exportados por estas regiones..
Asimismo, los países en desarrollo han ganado importancia en el comercio mundial. En la actualidad representan casi la mitad de los intercambios globales, cuando en 1980 la participación era de alrededor de 30%. El incremento de la relevancia del mundo emergente en el escenario económico internacional también se observa en los flujos de inversión extranjera directa (IED), donde han ganado un rol central tanto como receptor y como emisor de flujos de capital. Nuevamente, en estos casos el ascenso de los países en desarrollo responde al papel cada vez más importante de Asia en las corrientes de comercio e inversión.
En la última década, los países en desarrollo duplicaron su peso en la economía mundial.
El mundo emergente es actualmente receptor de la mayor parte de la IED global.
49% de las exportaciones mundiales se originan en las economías en desarrollo
A pesar de estos avances, gran parte de los países emergentes todavía están lejos de alcanzar los niveles de vida de las economías desarrolladas. Considerando que en conjunto los países en desarrollo aportan 41% del PIB global, pero concentran el 85% de la población mundial, es evidente que la producción per cápita está muy por debajo de la cifras del mundo avanzado. Adicionalmente, en los últimos años posteriores a la crisis, los países en desarrollo han mostrado ciertos signos de desaceleración que, aunque difícilmente revertirá la tendencia observada, está teniendo un fuerte impacto en América Latina y el Caribe.
¿Cuáles son las implicancias de este escenario para América Latina y el Caribe? En primer lugar, el aumento de la relevancia de los países en desarrollo en la economía y el comercio mundial han dado lugar a una inserción más diversificada de la región y a una menor dependencia de los ciclos de unas pocas economías. En este sentido, se debe trabajar en estrategias para que los vínculos con los nuevos actores clave en materia de comercio e inversiones[3] sean más estables a través de esquemas de integración regional y negociando nuevas alianzas estratégicas[4]. En segundo lugar, aparece el desafío de aprovechar las oportunidades para profundizar los procesos de diversificación productiva y desarrollo tecnológico, a fin de generar condiciones sustentables de crecimiento más allá de los avatares de los mercados de productos básicos altamente vulnerables a la variación de precios.
[1] Ver visualizaciones «¿Un elástico en retracción?» y «Tire y afloje»
[2] Ver visualización «Sube y baja»
[3] Ver visualización «Alimentando al dragón»
[4] Ver visualización «El mega-regionalismo«